Lo insinúa Sugata Mitra con su Hole in the Wall, lo hemos tratado en otras ocasiones aquí y lo repite un artículo publicado la semana pasada en Science, en el que la psicóloga Alison Gopnik revisa la literatura científica sobre la forma en que aprenden los niños pequeños y encuentra que los preescolares aprenden de forma similar a como los científicos hacen experimentos.
Los niños aprenden principios generales, similares a las teorías científicas, basadas en datos de su vida diaria, confirma la investigación, dando la razón también a los padres recientes: los bebés y los niños pequeños aprenden extraordinariamente rápido. Los pequeños pasan la mayor parte de su tiempo explorando sistemáticamente el mundo a través de ensayo-error, y comprenden lo que parecen ser conceptos complejos con gran rapidez. De hecho, los bebés tienen una comprensión intuitiva de la probabilidad, como lo mostraba un experimento .
En él los investigadores mostraron a unos bebés una caja llena de bolas, la mayoría blancas y solo unas pocas rojas. El experimentador sacaba una muestra de bolas y se la mostraba al bebé. Si en la muestra aparecía mayoría de bolas rojas, el bebé miraba durante más tiempo que si aparecían mayoría de blancas. El pequeño sabía que sacar tantas bolas rojas era improbable, y por tanto, significativo.
En otros experimentos se muestra cómo los niños pequeños pueden probar hipótesis de cómo funcionan las máquinas. Entienden, por ejemplo, qué botón bloquea el funcionamiento de un juguete cuando hay varios que pueden activarlo.
En fin… que los niños se comporten como científicos no me llama tanto la atención como la idea de que quizás podríamos pensar al revés: ¿el método científico se ajusta a la manera natural en que los humanos nos acercamos al mundo?
Resulta curioso que la exploración cuasi-científica del mundo no se produce si los adultos enseñamos a los
niños a hacerlo y la instrucción, de hecho, anula la curiosidad natural de los pequeños. A partir de su investigación, Gopnik concluye que no es necesario un mayor grado de instrucción en los curriculums preescolares, que incluso pueden ser perjudiciales si sus planteamientos son demasiado estrictos. Por contra, si dejamos jugar a los pequeños científicos, el mundo les enseñará lo que quieren saber.
En este sentido hablábamos hace un tiempo de otro experimento de Laura Schulz y cols. en que los niños exploraban el funcionamiento de un juguete de dos maneras diferentes, una de forma guiada por el experimentador y otra de forma libre. Después de la “lección” los niños que exploraban solos descubrieron funciones ocultas del juguete, mientras que los que eran guiados solo supieron hacer lo que exactamente se les enseñó. No es casualidad que los investigadores calificaran el estudio como “La espada de doble filo de la pedagogía”.
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