“Todos los niños son seres humanos. No se pueden utilizar con ellos medios,
modos y métodos que no serían aceptables en otro ser humano”
Rosa Jové
Se entiende por castigo físico el uso de la fuerza causando dolor o malestar con el fin de imponer disciplina y corregir una conducta indeseable en el niño. Es una forma de violencia hacia los niños socialmente aceptada a pesar de que vulnera sus derechos fundamentales a la integridad física, a la dignidad humana y a ser protegido contra toda forma de violencia, tal como lo establece la Convención sobre los Derechos del Niño incorporada a nuestra Constitución Nacional. Algunas de las modalidades más conocidas son las nalgadas, los correazos, los chirlos, los tirones de pelo y orejas, los pellizcos, las cachetadas, las patadas y los zarandeos.
Se trata de un problema alimentado por las normas sociales que toleran la violencia al considerarla una manera aceptable de resolver los conflictos, además de aprobar la dominación de los niños por parte de los adultos[1].
Hay padres que castigan de esta forma (habitual o esporádicamente) porque lo consideran oportuno y válido “para disciplinar”, porque creen que están educando, “por el bien de sus hijos”. También hay quienes lo hacen porque se desbordan, porque pierden la paciencia y los propios límites, porque se quedan sin recursos adecuados para afrontar la situación y resolver el conflicto de una manera saludable y respetuosa[2].
El castigo físico NO enseña respeto
Las nalgadas emergen en lugar de la palabra y la reflexión. Sea cual fuere el motivo que lleve al uso de la fuerza, es importante destacar que, tal como señala la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, ningún tipo de violencia es justificable y todo tipo de violencia es prevenible. Pero lamentablemente, como afirma Carlos González, “lo que diferencia la violencia contra los hijos de otros tipos de violencia en nuestra sociedad, lo que la convierte en una intolerable ignominia, es la justificación”.
El castigo físico NO enseña respeto, el castigo hace que el niño actúe en base al miedo, desde la sumisión. Hay otras maneras de manejar los conflictos y de acompañar sus desbordes emocionales sin recurrir a la violencia (física ni psicológica). ¿Por qué se justifica el uso de métodos con los niños que en otros vínculos son sancionados?
Reflexionemos. ¿Cómo se siente cualquier persona cuando le pegan o cuando es violentado de cualquier otra forma? ¿Cómo puede sentirse un niño? ¿Cómo puede sentirse cuando quien lo agrede es justamente uno de sus cuidadores primarios? ¿Han mirado a sus ojos en ese momento? Confío en que todos queremos enseñar a nuestros hijos a tratar a los demás como quisiéramos ser tratados. ¿Y entonces? Pensemos. ¿Qué se les enseña utilizando castigos físicos? ¿Que las agresiones y la violencia son maneras válidas de resolver los conflictos? ¿Que si alguien hace algo que no nos gusta, está bien pegarle?
En la campaña “Educa, no pegues”[3], impulsada por Save the Children, UNICEF, CEAPA y CONCAPA, se enumeran algunos de los efectos que el castigo físico tiene en los niños:
- Daña su autoestima, genera sensación de minusvalía y promueve expectativas negativas respecto a sí mismo.
- Les enseña a ser víctimas. Existe la creencia extendida de que la agresión hace más fuertes a las personas que la sufren, las “prepara para la vida”. Hoy sabemos que no sólo no les hace más fuertes, sino más proclives a convertirse repetidamente en víctimas.
- Interfiere sus procesos de aprendizaje y el desarrollo de su inteligencia, sus sentidos y su emotividad.
- Se aprende a no razonar. Al excluir el diálogo y la reflexión, dificulta la capacidad para establecer relaciones causales entre su comportamiento y las consecuencias que de él se derivan.
- Les hace sentir soledad, tristeza y abandono.
- Incorporan a su forma de ver la vida una visión negativa de los demás y de la sociedad, como un lugar amenazante.
- Crea un muro que impide la comunicación padres – hijos y daña los vínculos emocionales creados entre ambos.
- Les hace sentir rabia y ganas de alejarse de casa.
- Engendra más violencia. Enseña que la violencia es un modo adecuado para resolver los problemas.
- Los niños y niñas que han sufrido castigo físico pueden presentan dificultades de integración social.
- No se aprende a cooperar con las figuras de autoridad, se aprende a someterse a las normas o a transgredirlas.
- Pueden sufrir daños físicos accidentales. Cuando alguien pega se le puede “ir la mano” y provocar más daño del que esperaba.
“Lo que diferencia la violencia contra los hijos de otros tipos de violencia en nuestra sociedad, lo que la convierte en una intolerable ignominia, es la justificación”
Es claro: los niños tienen derechos como cualquier otro ser humano, derechos que no dependen de su edad ni de su tamaño. El Artículo 19 de la Convención sobre los Derechos del Niño establece que “es obligación del Estado proteger a los niños de todas las formas de malos tratos perpetradas por padres, madres o cualquiera otra persona responsable de su cuidado, y establecer medidas preventivas y de tratamiento al respecto”.
El próximo año entrará en vigencia el nuevo Código Civil en nuestro país. Afortunadamente, en él se establecerá que “se prohíbe el castigo corporal en cualquiera de sus formas, los malos tratos y cualquier hecho que lesione o menoscabe física o psíquicamente a los niños o adolescentes.”[4]
Artículo recomendado: Definición de la semana: Castigo
Artículo previamente publicado en la web de la autora, Licenciada Natalia Linguori y cedido para su publicación en Psyciencia. En la web de la Lic. Natalia, encontrarás artículos especializados sobre crianza y psicología perinatal.
Fuentes y Notas:
[1] Unicef: “Ocultos a plena luz: Un análisis estadístico de la violencia contra los niños”. 2012.
[2] Si alguna vez “se nos llegara a ir la mano” con nuestros hijos: reconozcamos nuestro error, procuremos hacer lo imposible para que no vuelva a ocurrir y, más que todo, sentémonos con ellos y pidamos perdón.
[3] Save the Children, UNICEF, CEAPA, y CONCAPA: “Educa, no pegues: campaña para la sensibilización contra el castigo físico”. España, 1999.
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