Hablar de educar sin castigar no es fácil, porque desde siempre se ha creído que para que un niño haga caso se debe tener “mano dura” llegando incluso a los golpes y humillaciones para hacerlo “entrar en razón”.
Lo primero que me ha enseñado mi hija a la fecha de casi 3 años es que los niños aprenden con el ejemplo del día a día. En nuestro caso ni siquiera hemos debido enseñarle normas de cortesía, porque las ha aprendido al escucharnos decir:.
-Buenos Días
-Por favor.
-Gracias, etc.
Hay mucha presión en el entorno de los padres, no se suele ver la parte de un comportamiento sino que de una vez se encasilla y etiqueta al pequeño como “malo” “tremendo” “pequeño tirano”, etc., y lo que un niño escucha día a día, cada momento de su vida, se va grabando, va quedando en él, más si viene de sus padres, la figura que admiramos de pequeños y llegamos adultos creyéndonos todo lo que nos dijeron en nuestra infancia.
Si no conocemos las diferentes etapas por las cuales atraviesa la infancia, la necesidad de ser llevados en brazos, las rabietas, etc., nos vemos perdidos con el niño frente a nosotros sufriendo y nosotros pensando que lo que más queremos en el mundo va camino a la perdición y no servirá “para nada”.
Tomar conciencia al educar, no querer quedar bien con los amigos y familiares exhibiendo un niño “bien portado” es el primer camino para educar con amor y respeto a nuestros hijos. No dejarnos presionar por el entorno que siempre estará para bien o para mal pendiente de lo que hace o deja de hacer el niño, hablé de ello acá.
Aún cuando hayamos sido criados de manera tradicional y no poseer “buen carácter”, podemos hacer un alto, buscar dentro de nosotros mismos las herramientas necesarias para educar a nuestros hijos con una ideología basado en el mutuo amor y respeto por la necesidades de cada miembro de la familia para no tener que plasmar sobre ellos defectos de carácter que no combinan con la crianza y que al final sólo dejan cicatrices en la familia. No se trata de perder o no la paciencia, sino de saber canalizar el momento hasta que vuelva la paz. Yo lo que hago es tomarla en brazos, dar vueltas, bailar y cantar, si ella no quiere, darle tiempo, SU TIEMPO. Hay momentos que personas muy queridas para mí, familiares, amigos o personas en la calle se han quedado esperando “el castigo merecido” cuando mi hija hace “algo malo” a los ojos adultos espectadores del momento. Supongo que se han quedado con el amargo desencanto de no verme reaccionar como lo esperan, de hecho se que algunos vaticinan un mal futuro de “malcriadez” para ella, siendo ellos mismo “malcriados” en su proceder y no precisamente por haber sido educados con amor y respeto.
Siempre digo que si todos hubiésemos sido criados con suficientes brazos, amor, empatía y respeto por nuestras necesidades, el mundo fuera ya aquí mismo el Paraíso que tanto hablan las diferentes religiones y nos prometen si “Nos portamos bien”
Los castigos sólo enseñan al niño el temor al hacer algo indebido pero por miedo a ser descubierto y castigado, entonces aprende las maneras de hacerlo a escondidas del adulto, a no confiar en él y se va abriendo una brecha difícil de cubrir luego. Por eso la mejor alternativa es intentar estar serenos, y adecuar nuestro proceder a la edad del niño, pero siempre hablarle, colocarse a su altura, acompañarle en su malestar, sea berrinche o pataleta porque igual el no está pasándola bien y no tiene la madurez necesaria para dar solución a su conflicto interno.
Educar sin castigar puede que parezca difícil, pero al final no lo es y los frutos que se obtienen si hablamos de resultados es un niño que a medida que va madurando tendrá un abanico de posibilidades para solucionar conflictos sin necesidad de recurrir a la violencia ni para él ni para sus semejantes. Confiará en sus mayores y se sabrá amado.
Ya lo dice el refrán: “Se consigue más con una gota de miel que con un barril de hiel "
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