Con relativa frecuencia, me llegan consultas de padres y madres preocupados por haberle aplicado a sus hijos el Método Estivill de adiestramiento del sueño. Cuando leen algunas entradas de este blog o asisten a los talleres que organizamos sobre el sueño infantil y se percatan de las nefastas consecuencias de este tipo de técnicas para enseñar a dormir a los niños, automáticamente, reviven atormentados aquellas situaciones en las que el desconocimiento y el agotamiento por la falta de descanso, les llevó a buscar una solución desesperada para conseguir que su bebé durmiera durante toda la noche.
Tras el nacimiento de un bebé, los padres (sobre todo, si son primerizos) reciben un continuo bombardeo de consejos y presiones de todo tipo sobre cómo deben cuidar a su hijo: ¿Es buena? ¿Aún duerme con vosotros? ¿Cuándo dormirá en su cuna? ¿Todavía toma teta? Todo el mundo, desde la suegra hasta el panadero de la esquina, se cree con potestad de opinar sobre cuestiones que les incumben únicamente a los padres. Si a este cuestionamiento, sin fin, de nuestras capacidades como madre y padre, le unimos el cansancio lógico y la convulsión que supone la transformación, tras la llegada del bebé a casa, de las rutinas de la dinámica familiar, muchos padres se desesperan, se agotan y llegan a un punto de extrema vulnerabilidad emocional. Este es justo el momento preciso en el que algún opinólogo de su entorno aprovecha para mencionar las bondades del susodicho método o, mejor aún, para aparecer por casa con el “Duérmete Niño” envuelto en un precioso papel de regalo. Estas personas alaban el método, comentan lo bien que les ha ido a sus propios hijos o a los de menganita y fulanita, prometen que si lo utilizan, los padres volverán a la normalidad anterior al nacimiento de sus hijos y para rematar la faena, aseguran que es un método muy famoso, que ha sido inventado por un médico por lo que tiene el marchamo de “científicamente probado”.
Cómo hemos visto más arriba, la falta de información, el agotamiento y las presiones familiares pueden llevar a muchos padres a aplicar el método propuesto por Estivill (recordemos que no es nada original, sino una copia de otros métodos anteriores).
LA CULPA
Cuando los padres entienden que lo que aprenden los bebés “estivilizados” no es a dormir, sino a callar, a someterse, a no quejarse cuando se despiertan, es normal que aparezca un enorme sentimiento de culpabilidad al imaginarse a sus propios hijos en esas situaciones.
No está de más, volver a explicar aquí que los métodos de adiestramiento del sueño, además de ser absurdos, puesto que dormir es un proceso evolutivo que todos los seres humanos aprenden por sí mismos, son muy dañinos. Estas técnicas, además de causar enormes perjuicios físicos, también provocan grandes daños emocionales en la psique del niño. Un niño que ha sido “domesticado” con uno de estos métodos, interioriza que no puede quejarse, que no puede pedir ayuda, que no va a ser ni cobijado, ni protegido, cuando lo necesita, por lo que acaba creando un patrón de comportamiento de sometimiento y repliegue se sobre sí mismo.
Cuando unos padres acuden a mí llevados por un enorme sentimiento de culpa por haber utilizado estás técnicas, lo primero que trato de transmitirles es la certeza de que nadie nos enseña a ser padres, cada uno de nosotros lo hacemos lo mejor que podemos según nuestras circunstancias y las propias vivencias que tuvimos en nuestra niñez. La mayoría de nuestras actitudes sobre la crianza están muy condicionadas por cómo fue nuestra propia infancia y por cómo nos trataron a nosotros cuando éramos pequeños. Por lo tanto, debemos comprender, asumir y trabajar las situaciones que nos llevaron a actuar como lo hicimos cuando nuestros hijos eran más pequeños. No debemos culparnos por nuestra ignorancia o por no haber podido luchar contra la marea de información que nos arrastraba en aquellos momentos de debilidad. Pero sí que debemos autocuestionarnos y esforzarnos para que nuestras propias vivencias negativas no vuelvan a ser causa de perjuicio para nuestros hijos.
Conozco a madres (y padres) que son excelentes personas y que aman a sus hijos con todo su corazón.Precisamente por ello, sienten un dolor casi físico cuando comprenden que han podido ser las causantes de algún tipo de sufrimiento a sus pequeños. Sin embargo, la culpa es un sentimiento autodestructivo que no lleva a ningún sitio. Lo que sí podemos hacer es reconocer los motivos que teníamos en aquel momento, asumir lo que pasó y, sobre todo, aprovechar todo lo que aprendemos en el presente para cambiar nuestra manera de pensar y no volver a repetir los mismos errores.
Recablear y sanar
Por fortuna, el cerebro humano es muy flexible y el daño que se pueda haber causado en algún momento pasado, casi siempre, puede ser sanado. Los neurólogos nos dicen que el cerebro, en función de las experiencias nuevas que vamos teniendo, se transforma y cambia. Las emociones positivas ayudan a reforzar determinadas conexiones neuronales, mientras que, si dejamos de repetir los patrones negativos que hemos aprendido, poco a poco, éstos van perdiendo fuerza. Si utilizamos un símil, podemos decir que el cerebro se cablea de determinada manera siguiendo las experiencias que vivimos, pero que si las circunstancias y los impactos que recibimos cambian, las conexiones, o cableado neuronal, también.
Todas las muestras positivas de cariño que les demos a nuestros hijos sirven para reforzar su autoestima y su seguridad. Cogerles en brazos, mimarles, darles besos, abrazarles, decirles lo que les queremos, hablarles, escucharles con respeto, jugar con ellos, … son formas de ayudarles a compensar el trauma que pudo causarles sufrir el Método Estivill cuando eran pequeños. Nunca debemos escatimar las muestras de cariño a nuestros hijos, pero si, además, son niños que han sufrido algún tipo de carencia en su primera infancia, tenemos más motivo para ofrecerles todo el calor emocional que podamos. Sabemos que, de esta manera, les estamos dando la oportunidad de sanar y de sustituir sus redes neuronales negativas (introversión, sumisión, miedo…) por otras mucho más positivas.
Por otro lado, hablar con nuestros hijos de lo sucedido, siempre ayudará a sanar los daños que hayan podido recibir. Si eres capaz de explicarles cómo te encontrabas cuando ellos eran pequeños y las circunstancias que te llevaron a actuar con ellos como lo hiciste, ellos serán capaces de comprenderte. Quizás no tenías toda la información que tienes ahora, quizás tuviste demasiadas presiones externas (de familiares o de profesionales) y no contaste con el apoyo adecuado, quizás el agotamiento físico te llevó a optar por medidas desesperadas. Sea cual sea el motivo, seguro que hablarlo con tu hij@ os ayudará a ambos.
Ser honestos y sinceros con nuestros hijos nos ayudará a tener una relación mucho más cercana con ellos. Los niños no quieren unos padres perfectos, solo necesitan que se les quiera, se les respete y se les comprenda. Si asumimos nuestros errores frente a ellos y sienten que nuestras palabras y nuestros actos son sinceros, nos verán como seres humanos, con nuestras carencias y nuestras virtudes, pero sobre todo, les estaremos ofreciendo un modelo sano de resolver los conflictos, sabiendo rectificar y buscando siempre lo mejor para nuestros seres queridos.
Una pequeña aclaración.
Un motivo por el que he tardado en escribir esta entrada es porque no deseo que la idea de que, casi siempre, estemos a tiempo de rectificar nuestros errores en la crianza de nuestros hijos, sea tomada por nadie como excusa para infligirle daño a sus hijos con argumentos como: “entonces, si se puede cambiar el daño sufrido y la estructura del cerebro se modifica, da igual aplicar el Estivill que no aplicarlo” o “podemos dejarle llorar, ya lo compensaremos después cuando sea más mayor”…
No creo que sea necesario aclarar que aunque sea posible revertir, a nivel fisiológico, los daños provocados, esto no significa que el método sea inocuo. Los mimos, los abrazos y el amor de los padres pueden hacer verdaderos milagros, pero siempre será mucho mejor dormir junto a nuestro bebé desde el principio que dejarle solo en su habitación sufriendo unos enormes perjuicios emocionales, físicos y psíquicos.
Esta entrada pretende ser un apoyo para aquellos padres arrepentidos por haber dejado llorar solos a sus niños, no una justificación para aplicar alegremente cualquier versión del Crying it out (Ferber, Estivill, Verity, Spock …).
Texto: Ramón Soler
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